Robots y Violencia de Género

por Juan Carlos Nuño

La violencia de género se ha convertido en un motivo de reflexión de primer orden en las sociedades contemporáneas, especialmente en las más desarrolladas. La violencia que se origina por la diferencia de género, ya sea por un deseo de aprovechamiento o por un enfrentamiento genético, constituye una de las manifestaciones humanas más contradictorias con el desarrollo de la humanidad. Este tipo de violencia choca especialmente con los pilares de libertad, igualdad y fraternidad, promulgados universalmente desde la revolución francesa de finales del siglo XVIII y actualmente se conmemora.

Sin embargo, el siglo XXI asiste con cierta incredulidad a la permanente repetición de casos de violencia de género que conmocionan los cimientos en los que descansan estas sociedades tan avanzadas tecnológicamente. Además, los expertos reconocen que estos casos, aunque no son significativos en número si se comparan con otros tipos de criminalidad, son la punta del iceberg que esconde una sociedad que todavía no ha interiorizado completamente la igualdad de género. Dicho de otra forma, existe un porcentaje elevado de individuos en nuestras sociedades que no acepta de manera íntegra la igualdad entre hombres y mujeres.

El argumento que exponen estas personas es que, efectivamente, los géneros femenino y masculino tienen diferencias sustanciales que se fundamentan en la genética de la especie. Estas diferencias no pueden desaparecer en las relaciones sociales y, como consecuencia, a pesar de la igualdad de derechos reflejada en las constituciones de los países occidentales, el papel efectivo de ambos géneros no termina de intercambiarse. Ante la ley, todos los individuos son iguales pero, en la práctica, un individuo macho se comporta distinto a una hembra. Y no solo por su condición biológica, sino por su consideración social.

Esta diferenciación social que, como decimos, va más allá de la huella genética, causa un trato diferenciado de los actores sociales que intervienen en nuestras sociedades. Las empresas que buscan captar compradores para un determinado producto aprovechan esta especificidad de comportamiento de género para potenciar una mayor separación de sexos. Desde el punto de vista del marketing, se podría afirmar que resulta más rentable tener clases de individuos claramente diferenciadas, en particular, mantener la dicotomía hombre-mujer.

Los robots inteligentes no tienen género. Una de las grandes ventajas de los robots es que están despojados de las restricciones que impone la Biología (aunque no se pueden desprender de las restricciones que somete la Física). En concreto, los robots no necesitan el sexo para su reproducción. La distinción entre géneros podría parecer innecesaria, ciertamente inútil, si no fuera por el papel social al que nos referíamos más arriba. 

Un robot asexual es creado a partir de principios básicos y se le deja aprender a partir de sus experiencias, por ejemplo, en su conexión ininterrumpida con la World Wide Web. La pregunta que inmediatamente surge es si en este proceso de aprendizaje el robot habrá desarrollado un género, en otras palabras, si se comportará como un hombre, una mujer o tal vez un/una LGTBi+. Podríamos incluso proponer un test de género, al estilo del test de Turing, para certificar si un robot ha adquirido un género determinado o, por el contrario, no se puede clasificar en ninguna de las identidades de género actuales (los cisgénero y los LGTBI+). Además, la conclusión aportaría información sobre si el comportamiento social del género se aprende o viene fuertemente marcado por la genética.

El caso es que cuando se dota de género a un robot se está implementando en él una forma de actuar que atiende a intereses comerciales o de otra índole. Podríamos estar interesados en que el robot se comporte como una fémina si creemos que este comportamiento, por ejemplo, va a aumentar las ventas de un determinado producto. Nos puede interesar que el robot se comporte como un chico si el producto que promocionamos va dirigido a este colectivo social. Por supuesto, esto se viene poniendo en práctica desde que existen canales de venta masivos en nuestras sociedades.

El problema surge cuando las características que se implantan en los robots son propias de género e inducen a comportamientos diferenciados pero que van contra los que los agentes sociales están luchando de manera activa. El caso paradigmático es el de los robots del sexo. La industria del sexo robótico se está desarrollando a un ritmo que desafía las expectativas más optimistas.  De hecho, es esta industria y sus derivadas la que está potenciando en mayor medida la investigación de los sentidos artificiales, en concreto, el desarrollo de sensores artificiales que igualen a los sentidos naturales de la vista, el tacto, el gusto, el oído y el olfato. La incorporación de estos sentidos es lo que convierte a un robot inteligente en un robot sexual sofisticado.

La prostitución es una práctica claramente asimétrica. La mayoría de las prostitutas son mujeres porque la mayoría de los clientes son hombres. No sorprende, por tanto, que la industria de los robots sexuales esté incorporando principalmente caracteres femeninos a sus robots. No solo la apariencia sino, más importante si cabe, el comportamiento femenino. Pero, ¿qué comportamiento femenino es el que demanda nuestra sociedad para este tipo de servicios? Precisamente, aquel contra el que se está combatiendo en las instituciones. He aquí la gran paradoja a la que nos enfrentamos. Se ofrecen robots sumisas que no contradigan a los dueños o, incluso, se incorporan opciones en las que el robot sexual se niega a seguir sus deseos. Esta actitud contrariaría a los dueños, que podrían reaccionar con violencia exigiendo aquello para lo que han pagado. Pero, ¿se puede considerar violencia de género al acoso y el abuso violento de un robot inteligente que es capaz de aprender a hacer su trabajo del mismo modo que lo hicieron y siguen haciendo las prostitutas? Deberíamos reflexionar sobre este hecho de manera profunda.

La sociedad actual tiene ante sí un reto de enorme envergadura. O permite que el género sea utilizado como un reclamo comercial y vehículo para satisfacer las demandas de sus ciudadanos o, por el contrario, legisla para que el género deje de tener las connotaciones negativas que implican desigualdad y falta de libertad. Los robots inteligentes se van a incorporar a nuestras sociedades como nuevos individuos asexuales. Su reproducción no necesita del sexo pero, significativamente, la manera en que entiendan el género va a marcar el devenir de la humanidad. La robótica debe contribuir a que los humanos entiendan que significa el género en el siglo XXI. A diferencia de la inteligencia artificial, la biología nos ha dotado de sexo y lo podemos aprovechar en la supervivencia de nuestra especie. Pero la inteligencia nos permite ser individuos de pleno derecho independiente de nuestro género. No podemos ceder a las presiones que quieren convertir a los robots inteligentes en sumisos sexuales para satisfacer instintos todavía no eliminados por el aprendizaje. El éxito de los esfuerzos para frenar la violencia de género depende de una respuesta contundente contra el uso equivocado del género en la robótica, en particular, en la pujante industria del sexo.

Juan Carlos Nuño es Doctor en Ciencias Físicas y Profesor Titular del departamento de Matemática Aplicada de la Universidad Politécnica de Madrid.

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