Por Andrés Montero
Resumiendo mucho, el ciberespacio es el conjunto de infraestructuras que proporcionan conexiones digitales de red, así como los objetos y personas conectados a esas redes y la información que por ellas circula.
Ya es tarde para que los españoles inventemos Google o Facebook, pero tal vez estemos aún a tiempo para pensar estratégicamente una posición española en el ciberespacio. Tal vez quiere decir quizás, porque es difícil saber con certeza si ya hemos perdido, también, esa posibilidad.
No se pretende decir que no haya españoles que hayan contribuido sustantivamente a avances en el ciberespacio, ni por supuesto que no tengamos capacidad de inventar o desarrollar nuevas aplicaciones tecnológicas con alcance global. Entre los ejemplos más sobresalientes está la aplicación Virustotal, una creación de ingenieros españoles en Málaga que fue adquirida por Google y constituye uno de los núcleos de las ofertas de ciberseguridad de la empresa que gestiona la mayoría de las búsquedas en la Internet global. Además una empresa española, Telefónica, está entre los proveedores Tier-1, o sea la cúspide de la infraestructura global de Internet.
No obstante, aunque iniciativas tecnológicas españolas para la gestión del ciberespacio destaquen internacionalmente, no parece que se vivan desde la sensación de que en España exista una cultura colectiva que nos impulse a ocupar un lugar con intenciones globales en el ciberespacio. Es cierto que esa cultura tampoco está instalada en la mayoría de los países, pero sí que hay ejemplos muy prometedores de naciones que adoptan la decisión de “ser y contar algo” en el ciberespacio, porque entienden que eso representará una viga maestra de la posición que ocuparán en el tablero geopolítico del futuro. La India con sus desarrolladores de software o Estonia con su administración y ciudadanía electrónicas son referentes en las posiciones de ese tablero. China o Irán también, por el control sistemático al que desde el principio han comprendido que hay que someter a sus ciberespacios nacionales para asegurar la estabilidad de regímenes políticos-sociales antidemocráticos. Con todo, el ciberespacio global lleva camino de convertirse en un tablero de descompensado predominio estadounidense, escenario en el contexto del cual no es extraño observar que una nueva “guerra fría” con Rusia emerja precisamente por intrusiones, más o menos silenciosas, en los ciberespacios nacionales, de las cuales la más recientemente famosa es el ciberataque ruso contra el Partido Demócrata en plena campaña para las presidenciales de EEUU en 2016.
La consideración del ciberespacio como algo a defender y proteger es, aunque suene paradójico a primera vista, uno de los obstáculos que están sesgando las visiones de muchos países respecto de definir y desarrollar estrategias nacionales en positivo (como algo a aprovechar) sobre el ciberespacio. Así, la ciberseguridad y la ciberdefensa son las que han asumido el protagonismo en las visiones estratégicas de los países -cuando existen- sobre el ciberespacio. Contrarrestar amenazas cibernéticas, prevenir y desactivar ciberataques, asegurar redes de comunicaciones y proteger infraestructuras críticas conectadas, detectar tempranamente virus informáticos, evitar el robo de datos sensibles o -lo más popular últimamente- negar posibilidades para que los rusos manipulen elecciones democráticas a través de campañas de desinformación en redes sociales, son los tópicos que suelen agotar la mayoría de los planes nacionales respecto del ciberespacio.
Además, con la implantación en la Unión Europea del Reglamento General de Protección de Datos (más conocido por sus siglas en inglés GPDR) se renueva lo que ha venido siendo un mantra tradicional en la reflexiones y posiciones nacionales sobre el ciberespacio: la privacidad del ciudadano y la salvaguarda de la información digital. Sin embargo, aunque de nuevo resulte sorprendente, todas estas cuestiones del ciberespacio pensado en negativo (como algo a proteger) son elementos de la pequeña partida respecto del ciberespacio, puesto que la gran partida no tiene que ver ni con la seguridad ni con la privacidad, sino con el control y la gestión… o si quieren un concepto menos delicado, con la influencia. Internet es libre, claro, pero su libertad es relativa y al menos está condicionada por que los proveedores de servicios, infraestructuras (y software, no olvidemos el software) tienen algún tipo de bandera nacional.
El porcentaje de utilización de Internet a nivel mundial es del 53% de la población, algo más de cuatro mil millones de personas. En media, con importantes diferencias si comparamos África con Europa o EEUU, un 43% de la población mundial utiliza redes sociales; podría parecer un porcentaje bajo, sino fuera porque si se tiene en cuenta que el porcentaje de penetración de Internet está rondando la mitad de la población mundial, se llega inmediatamente a la conjetura plausible de que la mayoría de quienes usan Internet, es decir, de quienes tienen presencia en el ciberespacio están conectados a las redes sociales (cuatro mil millones de personas usando Internet y tres mil cien millones utilizando redes sociales). Expresado de otra manera: la mayoría de la población mundial digitalmente conectada lo está a través de redes sociales. En España la penetración de Internet es del 85%, mientras los usuarios de redes sociales son el 58% de la población.
Facebook tiene 2.100 millones de usuarios en el mundo a los que suma los 1.300 millones de Whatsapp. Por su parte, se calcula que un 86% de personas que buscan en Internet en el mundo utilizan Google, mientras los dispositivos móviles Android (es decir, Google) serían la elección de unos 2 mil millones de usuarios en el planeta. Haciendo cuentas especulativas sencillas, podríamos sugerir que por los servidores de Google y Facebook pasan la mayoría de los datos que más identifican personalmente los modos de pensar, sentir y actuar de los seres humanos habitando el ciberespacio como identidades digitales. La conclusión es obvia: más allá de cuestiones de ciberseguridad y ciberdefensa (capítulos para otra reflexión), cada vez más crecientes y masivos volúmenes de datos individualizables y segmentables para análisis mediante inteligencia artificial y técnicas de minería están circulando, son almacenados y procesados por tecnologías de empresas estadounidenses. La posición de EEUU en el dominio del ciberespacio es, por tanto, abrumadora… y podría decirse que monopolística.
Al mismo tiempo que el fundador de Facebook Mark Zuckerberg comparecía el 23 de mayo en el Parlamento Europeo, en Colombia Facebook añadía nuevas funcionalidades pretendidamente para que los usuarios pudieran hacer un seguimiento del programa de los candidatos a las elecciones presidenciales del 27 de mayo en el país andino. Los parlamentarios en Europa no resultaron satisfechos con el formato de comparecencia de Zuckerberg, que dejó varias cuestiones sin responder a los representantes europeos: de los algo más de cuarenta interrogantes que Facebook se comprometió a que responderá por escrito en un futuro, uno de ellas, en el que coincidieron un diputado alemán y otro belga, preguntaba a Zuckerberg si Facebook “es un monopolio”. En cuanto a Colombia, el objetivo declarado de Facebook es “alentar la participación cívica, ayudando a las personas a obtener información precisa y emitir un voto informado”; es un propósito loable, pero implica que las posibilidades para Facebook de efectuar perfilado político de la población aumentan… sobre las que ya tenía.
El ciberespacio pensado en positivo es o debería ser, por tanto, un escenario tradicional de reflexión liberal, en donde comencemos a articular los mecanismos oportunos para una gobernanza que garantice la libertad negativa, es decir, la introducción de regulación y controles mínimos que impulsen el desarrollo y la creatividad del ciudadano libre pero que al mismo tiempo hagan del ciberespacio una arquitectura con regulación neutra que precisamente constituya el cimiento de uno de los ejercicios de la libertad humana más prometedores de la historia. Sin embargo, estamos muy lejos de comenzar a considerar el ciberespacio como un territorio para hacer geopolítica en positivo, para que las democracias liberales se hagan planteamientos estratégicos sobre el papel que pretender jugar en el aprovechamiento de oportunidades de futuro para un territorio virtual global de competencia exponencial por la gestión de intereses donde ya hay actores estatales y no estatales con posiciones evidentes. De momento y al contrario que empresas globales como Google o Amazon, la mayoría de los países, por supuesto no sólo España, carecen siquiera de la narrativa para conceptualizar ese ciberespacio de oportunidades. Tal como el expresidente del gobierno español José María Aznar menciona en su último libro “el mundo carece de una narrativa consistente, positiva y común sobre las posibilidades y desafíos de la cuarta revolución industrial”; revolución tecnológica, añadimos, de la que el ciberespacio es su expresión más evidente.
Los lectores que hayan llegado a este punto podrán pensar que todo esto se arregla con adecuada regulación, por ejemplo el mencionado GPDR. Sin embargo, esos mismos lectores estarán recibiendo estos días para que las firmen infinidad de actualizaciones de condiciones de servicio de Facebook, Apple, Google o Twitter, por mencionar algunos, que raramente algún ciudadano se habrá leído pero que alinean a estos operadores globales del ciberespacio con el cumplimiento de la ley. Antes sin el GPDR al igual que ahora con él, los propietarios de redes sociales han operado y están operando con el consentimiento informado de sus usuarios, con los que han firmado un contrato –lo hayan leído o no lo usuarios- que permite a las empresas propietarias un amplio rango discrecional de conductas relacionadas con el aprovechamiento de esa rica información personal con la que el ciudadanos se retrata en el ciberespacio.
La regulación con preceptos liberales puede ser una de las claves, pero la consciencia -de las democracias nacionales o de sus estructuras de cooperación económica como la Unión Europea- sobre el ciberespacio es lo determinante ¿Es necesario pensar nacionalmente en algo tan global e interconectado? Los románticos creen que la globalización interconectada ha desdibujado las fronteras y que –al menos en nuestro entorno de aliados- ya no hay ciudadanos daneses, franceses o estadounidenses, sino ciudadanos del mundo. Esa visión idílica y en cierto modo populista es dudosamente cierta en la propia Unión Europea y claramente errónea cuando entran en juego influencias geopolíticas regionales para obtener recursos estratégicos como la energía o, ya que estamos, la información más precisa para vender productos y servicios de empresas nacionales.
La primera Estrategia de Ciberseguridad Nacional de España es de 2013 ¿Es posible que en algún momento lleguemos a considerar pertinente para los intereses nacionales, para el bienestar del país y del ciudadano, reflexionar sobre una Estrategia Española para el Ciberespacio, que incorpore nuestra visión sobre cómo adoptar primero una narrativa y después una posición nacional a futuro en la economía, la cultura… en definitiva, sobre la influencia española en el ciberespacio?